dimecres, 23 d’octubre del 2013

De tricentenarios, quintos centenarios y acontecimientos varios

El Born Centre Cultural de Barcelona, octubre 2013
Joan Pau Inarejos
La historia ha querido inscribir dos fechas incómodas para las fiestas nacionales de Catalunya y España. Como es sabido, el Onze de Setembre conmemora fundamentalmente una derrota, por mucha épica resistencial que se le quiera insuflar, y en cuanto al Doce de Octubre, en el mejor de los casos evoca un imperialismo caduco. Se glosa el bello ideal de la hispanidad compartida, pero al otro lado del oceáno no se olvida el genocidio. Se vindica el descubrimiento de América, pero ni siquiera Colón era español (en todo caso no era catalán, como se empeñó en recalcar un manifestante muy enfadado del último 12-O). 

Treinta y un días separan estas dos impotencias otoñales. En ninguna de las dos hay mucho territorio para el confeti, ni sobradas razones para ponerse la mano en el pecho y cantar el himno con nuestros orgullosos compatriotas. Sobre este particular observaba Sergi Pàmies que los catalanes tenemos el privilegio de practicar una doble objeción de conciencia patriótica. Podemos quedarnos en casa dos veces, e ignorar el sardanismo kilométrico con el mismo placer con el que ignoramos la cabra de la legión.

El 11-S y el 12-O no dejan de ser caricaturas perfectas de ambos nacionalismos, almenos tal y como los retrata el rival. La Catalunya victimista. La España supremacista. El complejo de superioridad moral y la veneración por las ruinas frente al desparpajo militar borbónico. Los poetas de ambos lados reclaman otras fechas. Unos suspiran por Sant Jordi, para expresar mejor las raíces cívicas y culturales catalanas; otros quisieran el día de la Constitución, para enaltecer la España blanca y suarista de la reconciliación. En vano. Las fechas nacionales no sólo no se cuestionan sino que piden refuerzos.

Estos meses se ultiman los actos del llamado Tricentenari (1714/2014), y el Born ya se ha puesto de largo para ejercer como templo de esta super-Diada propiciada por el calendario. Una efeméride que conectará la desfeta austracista con el independentismo por un misterioso conducto subterráneo. Aún no entiendo esta necesidad narrativa de legitimar procesos democráticos con la cerámica azulada del siglo XVIII. Como tampoco entendía, de niño, que saliera en la tele un aventurero de imponente mostacho -el gran Miguel de la Quadra-Salcedo-, celebrando el Quinto Centenario con la música de fondo de ‘La misión’ (1492/1992). 

Luego sabríamos que la sublime partitura de Ennio Morricone ilustraba más bien el “quinto centenario de la violación, de la sodomía, de la castración”, tal como cantan los Tots Sants, antes de proclamar aquella frase genial de “mi piel ocre no destiñe con Colón”. No sé qué orgullo indígena debemos exhibir, pero algo tendremos que declarar los que, votemos lo que votemos, asistimos al Tricentenaricon cara de indios atónitos, o de nativos de aquellos que ni frío ni calor.


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