por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7
El choque de civilizaciones también resuena en el Cuerno de África. En los márgenes del mundo, sobre las aguas de Somalia, se ha librado un sordo conflicto entre subalternos. Por una parte, piratas de países miserables, lanzados a una mercenaria misión recaudatoria. Por otra parte, los eslabones débiles del Occidente desarrollado y expoliador: pesqueros y barcos mercantes que se convierten en incómodos rehenes para sus gobiernos. Peón contra peón.
La película de Paul Greengrass capta de modo astuto y con un estilo hiperrealista esta guerra sucia que ha puesto en jaque a no pocos despachos gubernamentales. Basada en hechos reales, parte de su atractivo es puramente documental: nos muestra cómo es un asalto de los piratas somalíes, desde su maquinación hasta su cruda ejecución. Frente a ellos, un antihéroe de rostro muy conocido pero privado de las virtudes clásicas hollywoodienses. No es fuerte, ni atlético, ni guapo, ni va armado. Es Tom Hanks.
Cerca de los 60, barba borrosa, humildes gafas y generosa panza, la recreación del capitán Richard Phillips busca abiertamente nuestra compasión. Tiene casi ribetes de mártir: el ciudadano civil, nuevo Cristo de las guerras geoestratégicas (vedlo en cierta escena, cuasi crucificado). Ese es el juego narrativo de la película: cómo el Primer y el Tercer Mundo alternan por momentos los papeles de víctima y sicario. Quién es el capitán, tú o yo. Quién es la víctima, el secuestrador movido por la desesperación o el padre de familia americano tomado como moneda de cambio. Quién amedrenta a quién, la chulesca marina yanqui o un bote salvavidas tripulado por desarrapados que no tienen nada que perder.
Ese es el juego, astuto y atractivo con el que Greengrass envuelve un vibrante thriller de acción. Tenso y físico. Beneficiado por un Hanks más contenido que nunca (sólo a veces se descuelga con sus muecas sobreactuadas de Forrest Gump). En el fondo despreocupado del contenido, el coautor de la saga Bourne vende adrenalina pura, magníficamente dosificada y con traficantes creíbles y expeditivos. La realización navega hábilmente del plano corto claustrofóbico a la pirotecnia marítima desenfrenada. Del horror del secuestro a la diversión bélica palomitera. Una peli de acción de toda la vida disfrazada de documental y con ese talante doliente y fatalista post-11s, donde ya no hay superhéroes sino bomberos.
CAPITÁN PHILLIPS, DE PAUL GREENGRASS
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