por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 8
Según Salvador Llopart (‘La Vanguardia’, 13/10/2013), en la cultura popular “se está dirimiendo la supremacía del monstruo”: zombis, fantasmas, vampiros y caníbales pugnan por un tétrico liderato en el siempre reciclado género del terror. Si es así, en España hay un aspirante que ha subido directamente al podio en lo que dura una sesión de multicines. Un caníbal de provincias, de gélida mirada y con las facciones de Antonio de la Torre.
Tuve la ocasión de entrevistar fugazmente a este hombre en un festival de Sitges, y confirmo que tiene la inquietante cualidad del camaleón. Excepcionalmente verboso y dicharachero, frecuentemente instalado en el género de la comedia, el actor se acaba de convertir en el Hannibal Lecter andaluz como si lo hubiéramos estado esperando desde siempre. Sin jaulas ni máscaras. Sin susurrar a los corderos. Viviendo en la amable cotidianidad de una sastrería de Granada, de las antiguas. Señor caníbal, buenos días.
Ayudado por este portento interpretativo, sumamente contenido y temible, Manuel Martín Cuenca nos obsequia con un estudio austero y naturalista sobre el canibalismo. Como en un cuadro de Zurbarán, todo está en su lugar y las carnes emergen de las tinieblas con una claridad fría e incruenta. Desarmante. Como aquel cordero de Dios con las patas anudadas. Un cuerpo humano, un golpe seco, el goteo de la sangre. Una lección de economía visual. De belleza pictórica, pese a todo.
En ‘Caníbal’, el seco tenebrismo ibérico se alía con Hitchcock. La escalera de vecinos, insospechada morada del mal, enfrentará al psicópata con una inesperada visitante femenina. Ventana indiscreta mediante, la vida del rutinario caníbal se verá turbada por nuevos sentimientos. Con mucha más eficacia que Jaume Balagueró en ‘Mientras duermes’, el malo sociópata y sexualmente disfuncional tiene aquí una película a su altura, apenas empañada por un tramo final que se dilata en exceso y por unos secundarios que no siempre se baten dignamente con el brillante caníbal.
De no parecer un chiste fácil, diríamos que De la Torre se come la cámara. Más bien la devora. Lo hace cuando acaricia sensualmente un filete. Lo hace cuando corta los trajes absorto en las tijeras. Lo hace en la playa, donde, en una escena llamada a las antologías, espera el agotamiento de la presa con la calma imperturbable del depredador. Nos subyuga incluso antes de verlo, cuando su coche irrumpe en la primera escena como extensión siniestra de su personalidad nocturna.
Aquí tiene su traje, cortado a la perfecta medida que todo buen cine exige.
Aquí tiene su traje, cortado a la perfecta medida que todo buen cine exige.
CANÍBAL, DE MANUEL MARTÍN CUENCA
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