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dijous, 1 de febrer del 2007

La "desesperación silenciosa" del obrero

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

Hay que leer los textos de Simone Weil [filósofa francesa, 1909-1943] sobre la condición del obrero fabril para saber hasta qué grado de agotamiento y desesperación silenciosa puede llevar la racionalización del trabajo. Simone Weil tiene razón cuando dice que la condición obrera es dos veces inhumana, privada de dinero, primero, y de dignidad después. Un trabajo por el que uno puede interesarse, un trabajo creador, aunque mal pagado, no degrada la vida.

“El socialismo propone una justificación histórica pero no toca la desdicha obrera”

El socialismo industrial no ha hecho nada esencial para la condición obrera porque no ha tocado el principio mismo de la producción y de la organización del trabajo, que, por el contrario, ha exaltado. Ha podido proponerle al trabajador una justificación histórica de igual valor que la que consiste en prometer los goces celestiales a quien se mata trabajando; no le dado nunca el goce del creador. La forma política de la sociedad ya no está en tela de juicio a este nivel, sino los credos de una civilización técnica de la que dependen igualmente capitalismo y socialismo. Todo pensamiento que no hace avanzar este problema no toca más que apenas la desdicha obrera.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

Marx hundido por el E=mc²

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)


El progreso de la ciencia, a partir de Marx, ha consistido, en líneas generales, en sustituir el determinismo y el mecanicismo bastante tosco de su siglo por un probabilismo provisional. Marx escribía a Engels que la teoría de Darwin constituía la base misma de la de ellos.

“El marxismo hoy sólo es científico a condición de serlo contra Heisenberg, Einstein…”

Para que el marxismo permaneciera infalible hubo, pues, que negar los descubrimientos biológicos posteriores a Darwin. Como se dio el caso de que tales descubrimientos, desde las mutaciones bruscas constatadas por De Vries, consistieron en introducir, contra el determinismo, la noción de azar en biología, hubo que encargar a Lyssenko [Trofim Lyssenko, biólogo soviético] que disciplinara los cromosomas, y demostrara de nuevo el determinismo más elemental. Lo cual es ridículo.

Pero que se le dé una policía a monsieur Homais y dejará de ser ridículo, y ahí está el siglo XX. Para ello, el siglo XX tendrá que negar también el principio de indeterminación en física, la relatividad restringida, la teoría de los quanta y, por último, la tendencia general de la ciencia contemporánea. El marxismo, hoy día, sólo es científico a condición de serlo contra Heisenberg, Bohr, Einstein y los mayores sabios de este tiempo.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

"El san Pablo del positivismo"

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

Comte [Auguste Comte, creador del positivismo, 1798-1857] veía en el culto jacobino de la Razón una anticipación del positivismo y se consideraba, con razón, como el verdadero sucesor de los revolucionarios de 1789. Continuaba y ampliaba aquella revolución suprimiendo la trascendencia de los principios y fundando, sistemáticamente, la religión de la especie. Su fórmula: “Apartar a Dios en nombre de la religión”, no significaba otra cosa.

“Esperaba ver, en las catedrales, ‘la estatua de la humanidad divinizada’”

Inaugurando una manía que, posteriormente, ha hecho fortuna, quiso ser el san Pablo de aquella nueva religión y sustituir el catolicismo de Roma por el catolicismo de París. Sabido es que esperaba ver, en las catedrales, “la estatua de la humanidad divinizada en el antiguo altar de Dios”. Calculaba que tendría que predicar el positivismo en Notre-Dame antes del año 1860 (…).

“Comte sabía que su religión era una sociolatría”

Comte lo sabía, por lo demás, o al menos comprendía que su religión era en primer lugar una sociolatría y que suponía el realismo político, la negación del derecho individual y el establecimiento del despotismo.

Una sociedad cuyos sabios serían los sacerdotes, dos mil banqueros y técnicos reinando en una Europa de ciento veinte millones de habitantes en la que la vida privada sería absolutamente identificada a la vida pública, en la que una obediencia absoluta “de acción, de pensamiento y de corazón” sería tributada al sumo sacerdote que reinaría sobre la totalidad, tal era la utopía de Comte que anunciaba lo que puede llamarse las religiones horizontales de nuestro tiempo.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

La dictadura del bien

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

“Fuera de las leyes- dice Saint-Just [Louis Antoine Léon de Saint-Just, líder revolucionario francés aliado con Robespierre, 1767-1794]- todo es estéril y está muerto”. Es la república romana, formal y legalista. Sabida es la pasión de Saint-Just y de sus contemporáneos por la antigüedad romana. El joven decadente que, en Reims, se pasaba horas con los postigos cerrados, en un cuarto con colgaduras negras, adornadas con lágrimas blancas, soñaba con la república espartana.

“Saint Just soñaba con una nación vegetariana”

El autor de ‘Organt’, largo y licencioso poema, experimentaba tanto más la necesidad de frugalidad y virtud. En sus instituciones, Saint-Just negaba la carne al niño hasta la edad de dieciséis años y soñaba con una nación vegetariana y revolucionaria.

“El mundo está vacío desde los romanos”, exclamaba. Pero se anunciaban tiempos heroicos; Catón, Bruto, Mucio Escévola volvían a ser posibles. De nuevo florecía la retórica de los moralistas latinos. “Vicio, virtud, corrupción”, estos términos se repiten constantemente (…). La razón era simple. Aquel bello edificio, Montesquieu lo había visto, no podía prescindir de la virtud. La Revolución francesa, pretendiendo construir la historia en un principio de pureza absoluta, abre los tiempos modernos al mismo tiempo que la era de la moral formal.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

El fracaso de la línea recta

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)


Hegel ponía soberbiamente fin a la historia en 1807, los saintsimonianos consideraban que las convulsiones revolucionarias de 1830 y 1848 eran las últimas. Comte murió en 1857, disponiéndose a subir al púlpito para predicar el positivismo a una humanidad de vuelta por fin de sus errores. A su vez, con el mismo romanticismo ciego, Marx profetizó la sociedad sin clases y la solución del misterio histórico. Más sagaz, con todo, no fijó la fecha (…).

“El movimiento revolucionario vivió, como los primeros cristianos, en la espera del fin del mundo”

El movimiento revolucionario, a fines del siglo XIX y a comienzos del XX, vivió como los primeros cristianos, en la espera del fin del mundo y de la parusía [retorno] del Cristo proletario. Es conocida la persistencia de este sentimiento en el seno de las primitivas comunidades cristianas. Todavía a finales del siglo IV, un obispo del África proconsular calculaba que le quedaban ciento un años de vida al mundo (…).

Este sentimiento fue general en el siglo primero de nuestra era y explica la indiferencia que mostraban los cristianos por las cuestiones puramente teológicas. Si la parusía estaba próxima, era a la fe ardiente más que a las obras o a los dogmas a la que había que consagrarlo todo. Pero (…) la parusía evangélica se alejó; vino san Pablo a construir el dogma. La Iglesia dio un cuerpo a aquella fe que no era más que una pura tensión hacia el reino venidero (…).

“La parusía evangélica se alejó y vino san Pablo a construir el dogma; un movimiento similar nació del fracaso de la parusía revolucionaria”

Un movimiento similar nació del fracaso de la parusía revolucionaria. Los textos de Marx ya citados dan una idea justa de la esperanza ardiente que era entonces la del espíritu revolucionario. A pesar de los fracasos parciales, aquella fe no dejó de crecer hasta el momento en que se halló, en 1917, ante sus sueños casi realizados. “Luchamos por las puertas del cielo”, había gritado Liebknecht [Karl Liebknecht, dirigente socialista alemán, 1871-1919]. En 1917, el mundo revolucionario creyó haber llegado realmente ante aquellas puertas (…).

Pero Spartakus [movimiento socialista alemán] fue aplastado, fracasó la huelga general francesa de 1920, el movimiento revolucionario italiano fue yugulado. Liebknecht reconoció entonces que la revolución no estaba madura (…).

Pero también, y comprendemos ahora cómo la derrota puede sobreexcitar la fe vencida hasta el éxtasis religioso: “Con el estruendo del derrumbamiento económico cuyo fragor suena ya próximo, las tropas dormidas de proletarios despertarán como con las trompetas del juicio final, y los cadáveres de los luchadores asesinados se pondrán en pie y pedirán cuentas a los que están cargados de maldiciones”.

“La nueva Iglesia se hallaba de nuevo ante Galileo: para conservar la fe, negaría el sol y humillaría al hombre libre”

Entre tanto, él mismo y Rosa Luxemburg fueron asesinados; Alemania se precipitaría a la servidumbre. La revolución rusa quedó sola, viva contra su propio sistema, lejos aún de las puertas celestiales, con un Apocalipsis por organizar (…). La nueva Iglesia se hallaba de nuevo ante Galileo: para conservar la fe, negaría el sol y humillaría al hombre libre.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

El furor de la línea recta

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

Marx es a la vez un profeta burgués y un profeta revolucionario. El segundo es más conocido que el primero. Pero el primero explica muchas más cosas en el destino del segundo. Un mesianismo histórico y científico ha influido en su mesianismo revolucionario, salido de la ideología alemana y de las insurrecciones francesas.

“Aristóteles no se creía posterior a la guerra de Troya”

En oposición al mundo antiguo, la unidad del mundo cristiano y del mundo marxista es sorprendente. Ambas doctrinas tienen en común una visión del mundo que lo separa de la actitud griega. Jaspers lo define muy bien: “Es un pensamiento cristiano el considerar la historia de los hombres como estrictamente única”. Los cristianos fueron los primeros en considerar la vida humana, y la sucesión de acontecimientos, como una historia que se desarrolla a partir de un origen hacia un final, en el transcurso de la cual el hombre gana su salvación o merece un castigo.

La filosofía de la historia nació de una representación cristiana, sorprendente para una mente griega. La noción griega del devenir no tiene nada en común con nuestra idea de la evolución histórica. La diferencia entre ambas es la que separa un círculo de una línea recta. Los griegos se representaban el mundo como cíclico. Aristóteles, para dar un ejemplo preciso, no se creía posterior a la guerra de Troya.

“Para los cristianos, como para los marxistas, hay que dominar la naturaleza”

El cristianismo, para entenderse en el mundo mediterráneo, se vio obligado a helenizarse y su doctrina, por consiguiente, se flexibilizó. Pero su originalidad consistió en introducir en el mundo antiguo dos nociones nunca ligadas hasta entonces: las de historia y castigo. Por la idea de mediación, el cristianismo es griego. Por la noción de historicidad, es judaico y se encontrará también en la ideología alemana (…).

Para los cristianos, como para los marxistas, hay que dominar la naturaleza. Los griegos opinan que es mejor obedecerla. El amor antiguo al cosmos es ignorado por los primeros cristianos que, por lo demás, esperaban con impaciencia un fin del mundo inminente.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

El surrealismo o "la restauración de lo sagrado"

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

La verdadera destrucción del lenguaje, que el surrealismo ha deseado con tanta obstinación, no reside en la incoherencia o el automatismo. Reside en la consigna. Aragon empezó en vano con una denuncia de la “deshonrosa actitud pragmática”, en ella ha acabado por encontrar la liberación total de la moral, aunque esta liberación haya coincidido con otra esclavitud.

Aquel de los surrealistas que pensaba más profundamente entonces en este problema, Pierre Naville, buscando el denominador común a la acción revolucionaria y a la acción surrealista, lo localizaba, con profundidad, en el pesimismo, o sea en “el proyecto de acompañar al hombre a su pérdida y de no descuidar nada para que esta perdición sea útil”. Esta mezcla de agustinismo y maquiavelismo define, en efecto, la revolución del siglo XX; no se puede dar expresión más audaz al nihilismo del tiempo (…).

“Los surrealistas eran más diferentes de Marx que de los reaccionarios”

Si André Breton y algunos más rompieron finalmente con el marxismo, fue porque había en ellos algo más que el nihilismo, una segunda fidelidad a lo más puro que había en los orígenes de la rebeldía: no querían morir (…).

Lo maravilloso ocupa en Breton el lugar que ocupa lo racional en Hegel. No cabe imaginar, pues, oposición más completa al marxismo (…). Los surrealistas eran más diferentes de Marx que reaccionarios como Joseph de Maestre, por ejemplo. Éstos utilizan la tragedia de la existencia para rechazar la revolución, o sea para mantener una situación histórica (…). La ruptura definitiva se explica finalmente si se piensa que el marxismo pedía la sumisión de lo irracional, mientras que los surrealistas se habían levantado para defender lo irracional hasta la muerte. El marxismo tendía a la conquista de la totalidad y el surrealismo, como toda experiencia espiritual, a la unidad (…).

“Es conocida la solución surrealista: la irracionalidad concreta, el azar objetivo”

Breton demostró que el surrealismo no era acción, sino ascesis y experiencia espiritual. Puso de nuevo en primer plano lo que constituía la originalidad profunda de su movimiento, aquello por lo cual resulta tan valioso para una reflexión sobre la rebeldía: la restauración de lo sagrado y la conquista de la unidad. Cuanto más ahondó en esta originalidad, más irremediablemente se separó de sus compañeros políticos (…).

André Breton no cambió, en efecto, nunca en su reivindicación de lo superreal, fusión del sueño y la realidad, sublimación de la vieja contradicción entre lo ideal y lo real. Es conocida la solución surrealista: la irracionalidad concreta, el azar objetivo. La poesía es una conquista y la única posible, del “punto supremo” (…). ¿Qué es, pues, este punto supremo que debe marcar “el aborto colosal” del sistema hegeliano? Es la búsqueda de la cumbre-abismo, familiar a los místicos. En realidad se trata de un misticismo sin Dios que aplaca e ilustra la sed de absoluto del rebelde (…).

“El surrealismo hace retornar la Grecia de la sombra, la de los misterios y de los dioses negros”

El pensamiento de Breton ofrece además el curioso espectáculo de un pensamiento occidental en que el principio de analogía es favorecido incesantemente en detrimento de los principios de identidad y de contradicción. Precisamente, se trata de fundir las contradicciones bajo el fuego del deseo y del amor, y de hacer desplomarse los muros de la muerte. La magia, las civilizaciones primitivas o cándidas, la alquimia, la retórica de las flores de fuego o de las noches blancas, son otras tantas etapas maravillosas en el camino de la unidad y de la piedra filosofal.

El surrealismo, si no ha cambiado el mundo, lo ha provisto de algunos mitos extraños que justifican en parte a Nietzsche cuando anunciaba el retorno de los griegos. En parte sólo, pues se trata de la Grecia de la sombra, la de los misterios y de los dioses negros. Finalmente, como la experiencia de Nietzsche se coronaba en la aceptación del mediodía, la del surrealismo culmina con la exaltación de la medianoche, el culto obstinado y angustiado de la tormenta.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

¿Gracia? ¿Justicia? ¡Frenesí!

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

Cómo vivir sin la gracia es la cuestión que domina el siglo XIX. “Por la justicia”, respondieron todos aquellos que no querían aceptar el nihilismo absoluto. A los pueblos que no tenían esperanza en el reino de los cielos prometieron el reino del hombre. La predicación de la ciudad humana se aceleró hasta finales del siglo XIX, cuando se volvió francamente visionaria y puso las certezas de la ciencia al servicio de la utopía.

“La cuestión por la que murieron los terroristas de 1905 se ha ido precisando poco a poco”

Pero el reino se alejó, guerras prodigiosas arrasaron la más antigua de las tierras, la sangre de los rebeldes cubrió los muros de las ciudades, y la justicia total no se acercó. La cuestión del siglo XX, por la que murieron los terroristas de 1905 y que desgarra el mundo contemporáneo, se ha ido precisando poco a poco: ¿cómo vivir sin gracia y sin justicia?

A la pregunta sólo contestó el nihilismo, y no la revuelta. Hasta ahora sólo ha hablado él, repitiendo la fórmula de los rebeldes románticos: “Frenesí”. El frenesí histórico se llama poderío. La voluntad de poder vino a relevar la voluntad de justicia.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

Los revolucionarios, en liza contra el arte

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

Se observará la hostilidad al arte que han mostrado todos los reformadores revolucionarios. La Reforma [protestante] elige la moral y expulsa la belleza. Rousseau denuncia en el arte una corrupción añadida por la sociedad a la naturaleza.

“La Revolución Francesa guillotina al único poeta de su tiempo”

Saint-Just echa pestes contra los espectáculos (…) y quiere que la Razón sea personificada por una persona “virtuosa antes que bella”. La Revolución francesa no engendra a ningún artista, sino únicamente a un gran periodista, Desmoulins, y a un escritor clandestino, Sade. Al único poeta de su tiempo lo guillotina. El único gran prosista se exilia en Londres y aboga por el cristianismo y la legitimidad. Un poco más tarde los sansimonianos exigirán un arte “socialmente útil” (…).

“A aquellos mármoles de Venus y Apolo, en Rusia se les acabó dando la espalda”

Ese tono también es el de los nihilistas rusos. Pisarev proclama la caída de los valores estéticos en provecho de los valores pragmáticos. “Preferiría ser un zapatero ruso antes que un Rafael ruso”. Para él, un par de botas es más útil que Shakespeare. El nihilista Nekrásov, gran y doloroso poeta, afirma sin embargo que prefiere un trozo de queso a todo Pushkin.

Es conocida, por última, la excomunión del arte pronunciada por Tólstoi. A aquellos mármoles de Venus y Apolo, dorados aún por el sol de Italia, que Pedro el Grande había hecho llevar a su jardín de verano, en San Petersburgo, en la Rusia revolucionaria se les acabó volviendo la espalda. A veces la miseria se aparta de las dolorosas imágenes de la felicidad.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

Los mundos cerrados del arte

La rebeldía (…) es fabricante de universos. Esto define también el arte. La exigencia de la rebeldía, a decir verdad, es también una exigencia estética.

“Las murallas en Lucrecio, los conventos de Sade, las cimas de Nietzsche, los castillos en los surrealistas…”

Todos los pensamientos en rebeldía, lo hemos visto, se ilustran en una retórica o un universo cerrado. La retórica de las murallas en Lucrecio, los conventos y los castillos herméticos de Sade, la isla o el peñasco romántico, las cimas solitarias de Nietzsche, el océano elemental de Lautréamont, los parapetos de Rimbaud, los castillos horrorosos que renacen, azotados por una tormenta de flores, en los surrealistas, la prisión, la nación parapetada, el campo de concentración, el imperio de los libres esclavos, ilustran a su manera la misma necesidad de coherencia y de unidad. Sobre estos mundos cerrados el hombre puede reinar y conocer por fin.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951) / FOTO: LA 'CASA JUNTO AL RAÍL' (1925), DE EDWARD HOPPER INSPIRÓ A ALFRED HITCHCOCK PARA COMPONER LA SINIESTRA MANSIÓN VICTORIANA DE NORMAN BATES EN 'PSICOSIS' (1960)

"Quién miraba las manos del verdugo?"

Lo que busca [el arte] en sus grandes épocas es el gesto, la expresión o la mirada vacía que resumirán todos los gestos y todas las miradas del mundo. Su propósito no es imitar, sino estilizar y aprisionar en una expresión significativa el furor pasajero de los cuerpos o el torbellino infinito de las actitudes (…). ¿Quién miraba las manos del verdugo durante la flagelación, los olivos en el vía crucis? Pero helos aquí representados, arrebatados al movimiento incesante de la Pasión, y el dolor de Cristo, aprisionado en estas imágenes de violencia y belleza, grita de nuevo todos los días entre las salas frías de los museos.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

divendres, 26 de gener del 2007

El Eterno "con rostro de víbora"

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

Lautréamont [Conde de Lautréamont, poeta francés, 1846-1870] resucita, una vez más, la figura de Dios de Abraham y la imagen del rebelde luciferino. Sitúa a Dios “en un trono formado con excrementos humanos y oro”, donde preside “con un orgullo tonto, cubierto el cuerpo con una mortaja hecha de sábanas sin lavar, aquel que se titula a sí mismo Creador”. El horrible Eterno “con rostro de víbora”, el “astuto bandido” al que se ve “esparcir incendios en que perecen los ancianos y los niños” rueda, embriagado, por el arroyo, o busca en el burdel goces innobles. Dios no ha muerto, pero ha caído (…).

Trastornado ante la idea de tener a Dios por enemigo, ebrio de la soledad potente de los grandes criminales (“yo solo contra la humanidad”), Maldoror [personaje de Lautréamont] va a lanzarse contra la creación y su autor. Los ‘Cantos’ exaltan “la santidad del crimen”, anuncian una serie creciente de “crímenes gloriosos” (…).

Todas las criaturas de los ‘Cantos’ son anfibias, porque Maldoror rechaza la tierra y sus limitaciones. La flora está hecha de algas y de fucos. El castillo de Maldoror está sobre las aguas. Su patria es el viejo océano. El océano, símbolo doble, es a la vez el lugar de la aniquilación y de la reconciliación (…). Los ‘Cantos’ serían así nuestras ‘Metamorfosis’ en las que la sonrisa antigua es sustituida por la risa de una boca cortada con navaja, imagen de un furor frenético y agrio (…). El “embruteceos” pascaliano toma con él un sentido literal.

"Reduce la vida al nadar fulgurante de la sepia en medio de una nube de tinta"


Parece que Lautréamont no pudo soportar la claridad fría e implacable en la que hay que durar para vivir (…). Optó entonces por reducir la vida, y su obra, por el nadar fulgurante de la sepia en medio de una nube de tinta. El hermoso pasaje en que Maldoror se acopla en alta mar con la hembra del tiburón “en una cópula larga, casta y repelente", el relato significativo, sobre todo, en que Maldoror transformado en pulpo asalta al Creador, son expresiones claras de una evasión fuera de las fronteras del ser y de un atentado convulso contra las leyes de la naturaleza.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951) / FOTO: 'ANGUS DEI', DE JOAN PAU INAREJOS (2003)

Nietzsche traicionado por la esvástica

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

Una raza de señores incultos balbuceando la voluntad de poder ha asumido al fin la “deformidad antisemita” a la que Nietzsche no cesó de despreciar (…). Defensor del gusto clásico, de la ironía, de la frugal impertincencia, aristócrata que supo decir que la aristocracia consiste en practicar la virtud sin preguntarse por qué, y que hay que dudar de un hombre que necesitaría razones para seguir siendo honrado (…), su propio país, a los treinta años de su muerte, lo erigió en maestro de mentira y de violencia e hizo odiosas nociones y virtudes que su sacrificio había hecho admirables (…).

“Debe denunciarse la fabricación de infrahombres resultante de la predicación del superhombre”

Se conocen sin duda filosofías que han sido traducidas y traicionadas en la historia. Pero hasta Nietzsche y el nacionalsocialismo no existía ejemplo de que un pensamiento enteramente iluminado por la nobleza y los desgarramientos de un alma excepcional fuera ilustrado a los ojos del mundo por un desfile de mentiras, y por el espantoso amontonamiento de los cadáveres concentracionarios. La fabricación metódica de infrahombres resultante de la predicación del superhombre, he aquí el hecho que debe denunciarse sin la menor duda.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

"El arco más tenso que existe"


ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

Nietzsche al menos no se esquiva. Contesta y su contestación está en el riesgo: Damocles nunca danza mejor que bajo la espada. Hay que aceptar lo inaceptable y sostenerse en lo insostenible (…). Así, de la desesperación absoluta brotará la alegría infinita; de la servidumbre ciega, la libertad sin condición. Ser libre es precisamente abolir los fines (…).

La adhesión total a una necesidad total, tal es su definición paradójica de la libertad. La pregunta “¿libre de qué?” es sustituída entonces por “¿libre para qué?”. La libertad coincide con el heroísmo. Es el ascetismo del gran hombre, “el arco más tenso que existe” (…).

“Dionisos aúlla eternamente en el desmembramiento”

Nietzsche nunca ha exaltado más que el egoísmo y la dureza propios de todo creador. La transmutación de los valores consiste tan sólo en sustituir el valor del juez por el del creador. Dionisos, dios de la tierra, aúlla eternamente en el desmembramiento. Pero representa al mismo tiempo esa belleza trastornada que coincide con el dolor (…). Aceptarlo todo, la suprema contradicción y el dolor al mismo tiempo, era reinar sobre todo. Nietzsche aceptaba pagar el coste por este reino. Sólo la tierra, “grave y doliente”, es verdadera.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

Condenados a la libertad

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

En este mundo desembarazado de Dios y de las ideas morales, el hombre vive ahora solitario y sin dueño. Nadie menos que Nietzsche, y en este sentido se distingue de los románticos, ha dejado creer que tal libertad podía resultar fácil (…). A partir del momento en que el hombre ya no cree en Dios, ni en la vida inmortal, se hace “responsable de todo lo que vive, de todo lo que, nacido del dolor, está condenado a sufrir de la vida”.

Es a él, a él sólo, a quien toca encontrar el orden y la ley. Entonces comienza el tiempo de los réprobos, la búsqueda extenuante de las justificaciones, la nostalgia sin objetivo, “la cuestión más dolorosa, la más desgarradora, la del corazón que se pregunta: ¿dónde podría sentirme en mi casa?” (…).

“Sin Dios, el resultado es la espantosa libertad del ciego”

Sin ley no hay libertad. Si el destino no está orientado por un valor superior, si el azar es rey, el resultado es la marcha entre las tinieblas, la espantosa libertad del ciego. Al término de la mayor liberación Nietzsche opta, pues, por la mayor dependencia. “Si no hacemos de la muerte de Dios una gran renuncia y una perpetua victoria sobre nosotros mismos, tendremos que pagar por esa pérdida”.

Dicho de otro modo, con Nietzsche la rebeldía conduce a la ascesis. Una lógica más profunda sustituye entonces el “Si nada es verdad, todo está permitido” de Karamazov por un “Si nada es verdad, nada está permitido” (…). Donde nadie puede decir ya qué es negro y qué es blanco, la luz se apaga y la libertad se convierte en prisión voluntaria.

“A este callejón sin salida se precipita Nietzsche con un júbilo horrible”

A este callejón sin salida al que empuja metódicamente su nihilismo cabe decir que se precipita Nietzsche con una especie de júbilo horrible (…). Si entonces el hombre no quiere perecer entre los nudos que lo ahogan, tendrá que cortarlos de un solo golpe, y crear sus propios valores (…). “Cuando no se encuentra la grandeza en Dios –dice Nietzsche- no se la encuentra en parte alguna; hay que negarla o crearla”. Negarla era la tarea del mundo que lo rodeaba y al que veía correr al suicido. Crearla fue la tarea sobrehumana por la que quiso morir.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

"Descubierto el desierto, hay que aprender a subsistir en él"

Con Stirner [Max Stirner, filósofo alemán, 1806-1856], el movimiento de negación que anima la rebeldía sumerge irresistiblemente todas las afirmaciones. Barre, al mismo tiempo, los sucedáneos de lo divino que abarrotan la conciencia moral (…). Hasta la revolución, sobre todo la revolución, repugna a este rebelde. Para ser revolucionario, hay que creer aún en algo, donde no hay nada que creer. “La Revolución (francesa) ha desembocado en una reacción y eso prueba lo que era en ‘realidad’ la Revolución”.

“Sólo hay una libertad: el espléndido egoísmo de las estrellas”

Someterse a la humanidad no es mejor que someterse a Dios. Por lo demás, la fraternidad no es sino la “manera de ver del domingo de los comunistas”. Los días laborables, los hermanos se vuelven esclavos. Así pues, sólo hay una libertad para Stirner, “mi poder” y una verdad, “el espléndido egoísmo de las estrellas”. En este desierto, todo vuelve a florecer. “La significación formidable de un grito de alegría sin pensamiento no podía comprenderse mientras duró la larga noche del pensamiento y de la fe”. Esta noche está tocando a su fin, un alba va a despertarse que no es la de las revoluciones, sino la de la insurección (…).

Así, sobre las ruinas del mundo, la risa desolada del individuo-rey ilustra la victoria final del espíritu de rebeldía. Pero en este extremo, nada es ya posible sino la muerte o la resurrección. Stirner, y con él todos los rebeldes nihilistas corren a los confines, ebrios de destrucción. Tras lo cual, descubierto el desierto, hay que aprender a subsistir en él. Empieza la búsqueda extenuadora de Nietzsche.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

El joven Satanás


El héroe romántico se considera forzado a cometer el mal, por nostalgia de un bien imposible (…). El príncipe del mal sólo ha escogido su vía porque el bien es una noción definida y utilizada por Dios para los designios injustos. La misma inocencia irrita al Rebelde en la medida en que supone una ceguera de iluso (…).

El crimen, en efecto, se volverá amable. Basta comparar al Lucifer de los imagineros medievales con el Satán romántico. Un adolescente “joven, triste y encantador” (Vigny) sustituye a la bestia cornuda. “Bello, con una belleza que ignora la tierra” (Lermontov), solitario y poderoso, doloroso y despectivo, oprime con negligencia.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951) FOTO: 'MUCHACHO CON PIPA', DE PICASSO (1905)

La noche del Gólgota

ALBERT CAMUS, EL HOMBRE REBELDE (1951)

El Nuevo Testamento puede considerarse como una tentativa para responder, de antemano, a todos los caínes del mundo, suavizando la figura de Dios, y suscitando un intercesor entre él y el hombre. Cristo ha venido a resolver dos problemas principales, el mal y la muerte, que son precisamente los problemas de los hombres en rebeldía. Su solución ha consistido primero en asumirlos. El dios hombre sufre también, con paciencia. Ni el mal ni la muerte le son en absoluto imputables, ya que es desgarrado y muere.

La noche del Gólgota no tiene tanta importancia en la historia de los hombres sino porque en aquellas tinieblas la divinidad, abandonando ostensiblemente sus privilegios tradicionales, vivió hasta el final, incluída la desesperación, la angustia de la muerte. Así se explica el ‘Lama sabactani’ y la duda horrenda de Cristo agonizante. La agonía sería leve si estuviera sostenida por la esperanza eterna. Para que el dios sea un hombre, es preciso que se desespere (…).

"Paradójicamente, los blasfemos hacen revivir al dios celoso que el cristianismo quería expulsar del teatro de la historia".

En la medida en que la raza de Caín ha triunfado cada vez más, a lo largo de los siglos, cabe decir así que el dios del Antiguo Testamento ha conocido una fortuna inesperada. Paradójicamente, los blasfemos hacen revivir al dios celoso que el cristianismo quería expulsar del teatro de la historia. Una de sus audacias más profundas ha consistido precisamente en anexionar al propio Cristo a su campo, deteniendo su historia en la cima de la cruz y en el grito amargo que precedió su agonía.

Así se hallaba entonces la figura implacable de un dios de odio, más acorde con la creación tal como la concebían los hombres en rebeldía. Hasta llegar a Dostoievsky y Nietzsche, la rebeldía no se enfrenta más que contra una divinidad cruel y caprichosa, la que prefiere, sin motivo convincente, el sacrificio de Abel al de Caín y que, con ello, provoca el primer crimen. Dostoievsky, en imaginación, y Nietzsche, de hecho, ampliarán desmesuradamente el campo del pensamiento en rebeldía y pedirán cuentas al mismo dios del amor.

ALBERT CAMUS, EL HOMBRE REBELDE (1951)

dimarts, 23 de gener del 2007

La Iglesia contra los actores


¿Cómo no iba la Iglesia a condenar semejante ejercicio en el actor? Repudiaba ella en este arte la multiplicación herética de las almas, la orgía de emociones, la escandalosa pretensión de una mente que se niega a vivir un solo destino y se precipita a todas las intemperancias. Proscribía en ellos esa afición al presente y ese triunfo de Proteo que son la negación de todo cuanto ella enseña.

La eternidad no es un juego. Una mente lo bastante insensata para preferir a ella una comedia ha perdido su salvación. Entre "en todas partes" y "siempre" no hay compromiso. De ahí que ese oficio tan menospreciado pueda dar lugar a un conflicto espiritual desmesurado. "Lo que importa -dice Nietzsche- no es la vida eterna, es la vivacidad eterna". Todo el drama está, en efecto, en esa elección.

ALBERT CAMUS, 'EL MITO DE SÍSIFO', 1942

Amarga constatación:


"Todo está permitido",
exclama Iván Karamazov ['Los hermanos Karamazov', Fiodor Dostoievsky, 1880]. También eso huele a absurdo. Aunque a condición de no entenderlo de manera vulgar. No sé si se ha observado bien: no se trata de un grito de liberación o de gozo, sino de una amarga constatación. La certidumbre de un Dios que diera su sentido a la vida sobrepasa con mucho el atractivo al poder impune de hacer el mal. La elección no sería difícil. Pero no hay elección y entonces comienza la amargura.

Lo absurdo no libera, ata. No autoriza todas las elecciones. Todo está permitido no significa que nada esté prohibido. Lo absurdo devuelve solamente su equivalencia a las consecuencias de los actos. No recomienda el crimen, sería pueril, mas devuelve su inutilidad al remordimiento. Y asimismo, si todas las experiencias son indiferentes, la del deber es tan legítima como cualquier otra. Uno puede ser virtuoso por capricho.

ALBERT CAMUS,
'EL MITO DE SÍSIFO', 1942