ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)
Comte [Auguste Comte, creador del positivismo, 1798-1857] veía en el culto jacobino de la Razón una anticipación del positivismo y se consideraba, con razón, como el verdadero sucesor de los revolucionarios de 1789. Continuaba y ampliaba aquella revolución suprimiendo la trascendencia de los principios y fundando, sistemáticamente, la religión de la especie. Su fórmula: “Apartar a Dios en nombre de la religión”, no significaba otra cosa.
“Esperaba ver, en las catedrales, ‘la estatua de la humanidad divinizada’”
Inaugurando una manía que, posteriormente, ha hecho fortuna, quiso ser el san Pablo de aquella nueva religión y sustituir el catolicismo de Roma por el catolicismo de París. Sabido es que esperaba ver, en las catedrales, “la estatua de la humanidad divinizada en el antiguo altar de Dios”. Calculaba que tendría que predicar el positivismo en Notre-Dame antes del año 1860 (…).
“Comte sabía que su religión era una sociolatría”
Comte lo sabía, por lo demás, o al menos comprendía que su religión era en primer lugar una sociolatría y que suponía el realismo político, la negación del derecho individual y el establecimiento del despotismo.
Una sociedad cuyos sabios serían los sacerdotes, dos mil banqueros y técnicos reinando en una Europa de ciento veinte millones de habitantes en la que la vida privada sería absolutamente identificada a la vida pública, en la que una obediencia absoluta “de acción, de pensamiento y de corazón” sería tributada al sumo sacerdote que reinaría sobre la totalidad, tal era la utopía de Comte que anunciaba lo que puede llamarse las religiones horizontales de nuestro tiempo.
ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)
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