dijous, 1 de febrer del 2007

El fracaso de la línea recta

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)


Hegel ponía soberbiamente fin a la historia en 1807, los saintsimonianos consideraban que las convulsiones revolucionarias de 1830 y 1848 eran las últimas. Comte murió en 1857, disponiéndose a subir al púlpito para predicar el positivismo a una humanidad de vuelta por fin de sus errores. A su vez, con el mismo romanticismo ciego, Marx profetizó la sociedad sin clases y la solución del misterio histórico. Más sagaz, con todo, no fijó la fecha (…).

“El movimiento revolucionario vivió, como los primeros cristianos, en la espera del fin del mundo”

El movimiento revolucionario, a fines del siglo XIX y a comienzos del XX, vivió como los primeros cristianos, en la espera del fin del mundo y de la parusía [retorno] del Cristo proletario. Es conocida la persistencia de este sentimiento en el seno de las primitivas comunidades cristianas. Todavía a finales del siglo IV, un obispo del África proconsular calculaba que le quedaban ciento un años de vida al mundo (…).

Este sentimiento fue general en el siglo primero de nuestra era y explica la indiferencia que mostraban los cristianos por las cuestiones puramente teológicas. Si la parusía estaba próxima, era a la fe ardiente más que a las obras o a los dogmas a la que había que consagrarlo todo. Pero (…) la parusía evangélica se alejó; vino san Pablo a construir el dogma. La Iglesia dio un cuerpo a aquella fe que no era más que una pura tensión hacia el reino venidero (…).

“La parusía evangélica se alejó y vino san Pablo a construir el dogma; un movimiento similar nació del fracaso de la parusía revolucionaria”

Un movimiento similar nació del fracaso de la parusía revolucionaria. Los textos de Marx ya citados dan una idea justa de la esperanza ardiente que era entonces la del espíritu revolucionario. A pesar de los fracasos parciales, aquella fe no dejó de crecer hasta el momento en que se halló, en 1917, ante sus sueños casi realizados. “Luchamos por las puertas del cielo”, había gritado Liebknecht [Karl Liebknecht, dirigente socialista alemán, 1871-1919]. En 1917, el mundo revolucionario creyó haber llegado realmente ante aquellas puertas (…).

Pero Spartakus [movimiento socialista alemán] fue aplastado, fracasó la huelga general francesa de 1920, el movimiento revolucionario italiano fue yugulado. Liebknecht reconoció entonces que la revolución no estaba madura (…).

Pero también, y comprendemos ahora cómo la derrota puede sobreexcitar la fe vencida hasta el éxtasis religioso: “Con el estruendo del derrumbamiento económico cuyo fragor suena ya próximo, las tropas dormidas de proletarios despertarán como con las trompetas del juicio final, y los cadáveres de los luchadores asesinados se pondrán en pie y pedirán cuentas a los que están cargados de maldiciones”.

“La nueva Iglesia se hallaba de nuevo ante Galileo: para conservar la fe, negaría el sol y humillaría al hombre libre”

Entre tanto, él mismo y Rosa Luxemburg fueron asesinados; Alemania se precipitaría a la servidumbre. La revolución rusa quedó sola, viva contra su propio sistema, lejos aún de las puertas celestiales, con un Apocalipsis por organizar (…). La nueva Iglesia se hallaba de nuevo ante Galileo: para conservar la fe, negaría el sol y humillaría al hombre libre.

ALBERT CAMUS, ‘EL HOMBRE REBELDE’ (1951)

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