dimecres, 7 de febrer del 2007

El yugo protestante

JOSÉ LUIS LÓPEZ ARANGUREN, ‘CATOLICISMO Y PROTESTANTISMO COMO FORMAS DE EXISTENCIA’ (1952)

Que el protestante es un hombre ‘superstitiosus’, en el sentido profundo de la palabra, me parece evidente. Y no sólo por el “miedo a la religión”, tan a la vista en un Lutero, por ejemplo, sino en el ‘cuidado’ de Dios, por la preocupación religiosa que ha arrojado aquel primer reformador, y más todavía Calvino, sobre cada uno de los que le siguen, para que la lleven continuamente en su pecho. Este es también el sentido atrozmente gravoso que toma, dentro del protestantismo, la afirmación del ‘sacerdocio general’ de los fieles cristianos.

“En contraste con esta concepción, ¡qué ligera y casi alada nos parece la vida dentro del catolicismo!”

Cada hombre es su propio sacerdote. No puede acudir, como nosotros [católicos], cuando el peso del pecado nos doblega, a ningún ‘cura’, porque la ‘cura’, el cuidado de sí, sólo a él incumbe. Religión sin caridad, de hombres desolados, condenados a perpetuo aislamiento.

En contraste con esta concepción de la existencia religiosa como fardo que es menester transportar sobre los débiles hombros humanos, ¡qué ligera y casi alada nos parece la vida dentro del catolicismo! ¡Y cuán mitigada también la condición antigua! Es verdad que ni los griegos ni los romanos tenían que cuidar de su destino en el sentido que se les ha impuesto a los protestantes. Este les era inexorablemente trazado por los dioses o por aquellos hados –Moira, Ananke, Heimarmene- que aun sobre éstos últimos se alzaban, y les era revelado por oráculos o auspicios. La vida se convertía así en una trayectoria fatal, impuesta desde fuera, libre de ‘cuidado’, sí, pero sin más salida que la resignación o la desesperación (…).

“ ‘ Que dance la barquilla como pueda y como deba; en el más allá está firme el áncora’ ”

Los protestantes que llegan a conocer suficientemente un país católico advierten con sorpresa el amparo espiritual que procura esta religión. Así, Karl Vosser, en su biografía de Lope de Vega, aunque el empacho de moral que queda a los protestantes cuando ya casi han dejado de serlo, le condene a la deformación caricatural de los rasgos católicos (…):

“Lo monárquico, español, católico y nacional envuelve y protege de modo tan seguro, paciente, severo y bondadoso la vida sentimental e instintiva, agitada en exceso, del poeta, que la libera de una vez para siempre de las hondas crisis de conciencia, de la angustia psíquica, del temor de la muerte y de la propia responsabilidad; de manera que puede dejarse vivir alegremente, como si el reino de Dios fuese ya realidad en torno suyo. En un mundanal reino que, como la España de los Habsburgos, con tal poder y con tal éxito rechazó el asalto del individualismo religioso, podía, en efecto, prosperar muy bien la creencia de que, amparado en la verdad única, acolchado ya aquí abajo paradisíacamente, podía uno permitirse toda clase de desenvolturas, regocijos y barrabasadas”.

“Que dance la barquilla como pueda y como deba danzar: en el más allá está firme el áncora. Que la humana criatura, por el bien o por el mal, se descoyunte aquí abajo hasta perder el resuello, al cabo, por la soga de la muerte presa, es cosa venial y perdonable, en tanto se mantenga vinculada a la verdadera fe, aunque este vínculo sólo sea el rosario de una alcahueta”.

JOSÉ LUIS LÓPEZ ARANGUREN, ‘CATOLICISMO Y PROTESTANTISMO COMO FORMAS DE EXISTENCIA’ (1952)

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