HAROLD BLOOM, 'JESÚS Y YAHVÉ. LOS NOMBRES DIVINOS' (2006)
La Creación, según los Sabios, no tiene otro fin que el ser humano: ése es el único propósito de Yahvé. Y Yahvé muestra un enfoque monista: el Hombre Hebreo no se divide en cuerpo y espíritu, sino que es “un alma viviente”. El dualismo paulino, que con el tiempo acabará dando lugar a la separación cartesiana entre cuerpo y mente, es platónico y no judío.
Es de suponer que el Dios Padre cristiano carece de cuerpo, contrariamente a Yahvé, excepto en el mormonismo. No recuerdo ningún texto en el que Dios Padre emule los almuerzos campestres de Yahvé en Mamre o en el Sinaí. No veo mucha diferencia entre el Dios de Platón en las ‘Leyes’ y la divinidad del cristianismo, e incluso menos entre el Motor Inmóvil de Aristóteles y el supuesto Padre de Jesucristo, aunque el Dios de Aristóteles no podría preocuparse menos por nosotros mientras que la deidad cristiana sacrifica a su propio Hijo para salvarnos.
“Cualquier religión que expurgue lo “antropomórfico” también le da la espalda a Yahvé”
Una imposible descripción de Yahvé sería la de una persona sin personalidad, pero sirve para la Primera Persona de la Trinidad. El Dios de san Agustín no está tan lejos del de Plotino, que modificó la teología de Platón convirtiéndola en una doctrina del Alma del Mundo. Platón nos instaba a “liberar el alma y aislarla del cuerpo”. Plotino y Agustín obedecieron de buena gana; los Sabios rabínicos no.
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