dissabte, 24 de febrer del 2007

Cómo Dios se hizo asmático


Tan enigmático es Yahvé que su creación del hombre, de la mujer y del mundo puede verse como un autoexilio. Esta idea no es mía, sino de la Cábala, y podría remontarse a las primeras especulaciones gnósticas acerca de una crisis en la vida interior del creador (…). El acto mítico llamado ‘zimzum’ –el autoexilio divino- es mencionado en algunos textos cabalísticos medievales, y se convierte en crucial en la obra de Isaac Luria, el maestro del siglo XVI, que durante su estancia en Safed, en la Palestina del norte bajo gobierno turco, enseñó una Cábala gnóstica que desde entonces ha sido enormemente influyente. Shaul Magid, en ‘Beginning/Again’ (2002) argumenta que ‘zimzum’, que es una metáfora de la ‘contracción’ o ‘retirada’ de una parte de Yahvé a fin de iniciar la Creación, es un mito acerca del propio origen de Yahvé.

“Yahvé tenía problemas para respirar, y de esta manera inauguró nuestro cosmos”

El misterio de Yahvé se halla en el nombre que se da a sí mismo como presencia que puede elegir también estar ausente. Tanto en los esplendores como en las catástrofes de la historia judía hay implícito un Dios que se autoexilia cancelando su compromiso con la Alianza. ¿Es esa retirada el coste final de la Creación? (…).

‘Zimzum’ tiene que ver con un verbo que significa “contener el aliento bruscamente”. Yahvé tenía problemas para respirar, y de esta manera inauguró nuestro cosmos. Kafka observó que éramos un pensamiento de Dios en un mal día. Intentad contener el aliento todo lo que podáis: si a pesar de todo sois capaces de pensar, se os hará difícil mantener ese pensamiento.

Hay pocos momentos en la literatura tan memorables como el acto inaugural de Yahvé en Génesis 2:4-7, obra del Escritor J, más que la Creación Sacerdotal del Génesis 1 a 2:3. No estamos en Babilonia cinco siglos después, sino probablemente en el reino de Salomón, unos mil años antes de la era común:

“El día en que hizo Yahvé Dios la tierra y los cielos, no había aún en la tierra arbusto alguno del campo, y ninguna hierba del campo había germinado todavía, pues Yahvé Dios no había hecho llover sobre la tierra, ni había hombre que labrara el suelo. Pero un manantial brotaba de la tierra, y regaba toda la superficie del suelo. Entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó ser el hombre un ser viviente”.

“Al crear el cosmos, Yahvé acepta ponerse límites, y enseguida manifiesta ansiedad ante lo que ha hecho”

¿Hasta qué punto es deliberado el hecho de crear a Adán de ‘adamah’, arcilla roja y polvorienta? La descripción que acabamos de hacer se parece más a la de un niño modelando una figurita de barro e insuflándole vida a continuación por arte de magia. Hemos de conjeturar los motivos de Yahvé para llevar sus ganas de jugar hasta el punto de crear un cosmos para acomodar a Adán. Al hacerlo, Dios acepta ponerse límites: el mundo que ha creado es una realidad separada de él. Esta separación puede ser considerada un aumento más que una disminución, pero enseguida Yahvé manifiesta ansiedad ante lo que ha hecho.

El Segundo Libro de Samuel, contemporáneo del Yahvista (si no obra suya también), nos cuenta que Dios concedió a los ángeles el conocer la distinción entre el bien y el mal. De algún modo, la serpiente adquirió ese conocimiento, que contribuyó a que los cristianos interpretaran erróneamente que era un ángel caído. Per no hay “de algún modo” que valga en los estallidos de ansiedad de Yahvé cuando teme que Adán, ciegamente, coma del Árbol de la Vida y se convierta así en un Elohim o ángel. Por primera vez somos conscientes de lo violentamente impredecible que es Yahvé.

Al crear al ser humano, o bien Yahvé se ha vuelto él mismo más humano, o, sin pretenderlo, ha puesto de relieve que era ya demasiado humano. ‘Zimzum’ es una ley de autorización, mediante la cual, paradójicamente, Dios multiplica mediante su contracción. No se nos dice por qué ni si Yahvé acepta que lo reduzcan, aunque desde el principio manifiesta ambivalencia hacia sus criaturas. La fuerza peculiar de la Cábala es que se aventura allá donde el Talmud y la teología filosófica no se atreven a adentrarse, la ambigua dualidad en la personalidad de Yahvé, en la que quiere que existamos pero, al mismo tiempo, le preocupa nuestra existencia.

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