JOSÉ LUIS LÓPEZ ARANGUREN, ‘CATOLICISMO Y PROTESTANTISMO COMO FORMAS DE EXISTENCIA’ (1952)
Durante la plenitud de la Edad Media, el hombre había afrontado con tranquila seguridad la existencia, apoyado en una fe inconmovible y bien arropado por la Iglesia universal e indiscutida. Dios era el ‘firmamentum’, como tantas veces le llaman los Salmos, el pilar, la fortaleza del cristiano; un Dios clemente, luminoso, explicado por la Iglesia (…).
“Alemania estaba psíquicamente estremecida y verdaderamente enferma de terror a las brujas”
Pero en las postrimerías de la Edad Media, tan sólida y armoniosa edificación amenaza desmoronarse. La cultura se artificializa y pierde contacto con la vida. “El mundo está cansado de las sofísticas sutilezas de la “Teología”, escribía en 1520 el dominico Padre Faber. Y los hombres comienzan a desesperar de todo. Paul Joachimsen ha afirmado que “el miedo al pecado” era “el sentimiento más extendido de toda la época”. El P. Grisar escribe que el “mal de la época” consistía en la duda y la melancolía depresiva. Según Joseph Lortz, Alemania estaba, en este tiempo, psíquicamente estremecida y verdaderamente enferma de terror a las brujas, de terror a la vida; el miedo atroz a la sífilis y al peligro de su contagio, que desde 1495 venía padeciendo Europa, acreció estos graves estremecimientos interiores y se produjo un difuso y general estado de angustia, el “terror germánico”.
Esta disposición anímica a la angustia, que “estaba” en la época, era congénita en Lutero, como lo demuestran sus infantiles terrores, las brujas y demonios que tempranamente poblaron su imaginación y el mismo acto de su profesión religiosa, legendariamente nacida del voto emitido a la vista del rayo en la amenazadora tempestad; pero ‘después’ fue atizada y fomentada por el occamismo [Guillermo de Occam, filósofo enfrentado a la Escolástica].
“Lutero temblaba desde niño al pensar en el Infierno o en Dios”
Efectivamente, si a la concepción occamista del Dios irracional, arbitrario y tremendo, responde Lutero con el terror, terror sacro, por ejemplo, del todavía fraile, ante la proximidad del Santísimo en una procesión, a la concepción también occamista, de la capacidad del hombre, por sí solo, para cumplir aquella arbitraria e imprevisible Voluntad, responderá –muy naturalmente en un hombre propenso a recaciones de tipo extremado- con la desesperación (…).
Lutero temblaba desde niño al pensar en el Infierno o en Dios. El miedo a condenarse le arrastró al claustro. Allí, falsamente guiado por la teología occamista, pretendió elevarse por sus propias fuerzas, por sus propias ‘obras’ –mortificaciones, ayunos, rezos, continencias- hasta la santidad. Naturalmente, fracasó. Y entonces desesperó. Ortega ha dicho alguna vez que el origen histórico del cristianismo fue la desesperación. Esta afirmación es enteramente cierta aplicada al cristianismo de Lutero.
JOSÉ LUIS LÓPEZ ARANGUREN, ‘CATOLICISMO Y PROTESTANTISMO COMO FORMAS DE EXISTENCIA’ (1952)
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